Los
sueños, que tejen buena parte de nuestra vida, han sido prolijamente
estudiados, desde Artemidoro hasta Jung; no así la pesadilla, el tigre del
género. Vaga ceniza del olvido y de la memoria, los sueños de la noche son lo que
van dejando los días; la pesadilla nos depara un sabor singular, del todo ajeno
a la vigilia común. En determinadas obras de arte reconocemos ese inequívoco
sabor. Pienso en el doble castillo del cuarto canto del Infierno, en las cárceles
de Piranesi, en ciertas páginas de De Quincey y de May Sinclair y en el Vathek de Beckford.
William
Beckford (1760-1844) heredó una vasta fortuna, que dedicó al estudio y al ejercicio
de las artes, a la edificación de palacios, a los placeres, a la ostentosa
reclusión, a la colección de libros y de grabados y, siquiera al principio, a
esa douceur de vivre que sólo
conocieron, se afirma, aquellos a quienes le fue dado vivir antes de la
revolución francesa. Su maestro de música fue Mozart. Erigió altas torres
efímeras en Portugal y en Inglaterra, en Cintra y en Fonthill. Encarnó para sus
contemporáneos el tipo de lord excéntrico. Se pareció de algún modo a Byron o a
la imagen que hoy tenemos de Byron. A los diecisiete años redactó biografías
satíricas de pintores flamencos, cuya labor admiraba. Su madre descreía, como
Gibbon, de las universidades inglesas; William se educó en Ginebra. Recorrió
los Países Bajos e Italia, a los que dedicó un libro anónimo en forma
epistolar, que casi inmediatamente destruyó y del que sólo quedan seis
ejemplares. Durante un tiempo circuló la versión de que tres días y dos noches
de 1781 le bastaron para escribir Vathek.
Esta leyenda es una prueba de la unidad del libro. Beckford lo redactó en
francés; el inglés era entonces, como las otras lenguas germánicas, un tanto
lateral. En 1876, Mallarmé prologó una reimpresión del original.
La
influencia tutelar del Libro de las Mil y
Una Noches no es menos evidente en estas páginas que la invención y la
buena ejecución de la fábula. Andrew Lang declara o sugiere que la invención
del Alcázar del Fuego Subterráneo es la mayor gloria de este volumen.
Prólogo a Vathek, (Colección Biblioteca Personal).
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